Según la definición de la FAO, se entiende por seguridad alimentaria “cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico; social y económico a los alimentos suficientes; inocuos y nutritivos que satisfagan sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida sana y activa. ”Antes de que un alimento llegue al consumidor debe pasar por numerosas fases.
En todo este proceso, y especialmente el que hace referencia al transporte, juegan un papel fundamental los proveedores; particularmente los que suministran materias primas e ingredientes alimentarios.
La importancia reside en que de ellos dependerá, en buena medida, el nivel de seguridad alimentaria y calidad que pueda ofrecerse a los consumidores.
Para asegurar que los productos alimenticios que se suministran han sido elaborados en unas condiciones higiénico-sanitarias adecuadas; los proveedores deben garantizar que cumplen con los requisitos regulados en su normativa específica; disponer del correspondiente número del Registro General Sanitario de Alimento (RGSA) o autorización autonómica o local y aplicar el sistema de Análisis de Peligros y Puntos de Control Críticos.
Riesgos, los primeros de la lista
La posible presencia de microorganismos en la materia prima suministrada, bien contaminada en origen o a través de manipuladores o superficies; un tratamiento higienizante deficiente o el crecimiento bacteriano por una conservación inadecuada, son algunos de los peligros a los que debemos hacer frente. También la presencia de otros organismos, como parásitos pueden contaminar la materia prima.
Los contaminantes físicos pueden ser perdigones, restos de embalajes o cristales, sustancias que pueden poner en peligro la seguridad del consumidor.
Por último, los productos químicos como pesticidas, restos de antibióticos o tratamientos hormonales representan también un peligro y; al igual que los anteriores, deben prevenirse y controlarse.
Actualmente, la seguridad alimentaria es una de las grandes preocupaciones de la sociedad, como se ha podido percibir ante las alarmas sanitarias generadas en los últimos años.
Entre dichas alarmas, cabe recordar la crisis por el llamado “mal de las vacas locas” o encefalopatía espongiforme bovina (EBB) en Europa, la contaminación de pollos con dioxinas en Bélgica ó la detección de benzo[a]pireno (BaP) en aceite de orujo de oliva en España.
Estas crisis son ejemplos que ilustran claramente la inquietud creciente que la sociedad manifiesta constantemente hacia este tipo de cuestiones.
Existe una demanda de información
Cada vez más completa sobre la presencia de los contaminantes o residuos de productos nocivos, tóxicos o peligrosos para la salud; que puedan estar presentes en los alimentos.
Una prueba de este interés es la preocupación, tanto por parte de los organismos oficiales como de la industria alimentaria, en controlar la presencia de estas sustancias en productos alimentarios, haciendo hincapié en cuidar todo aquello que va “del campo a la mesa”.
Podemos plantearnos, ¿por qué es necesario analizar el contenido de ciertos compuestos en alimentos?
Existen varias razones, en primer lugar, y probablemente la más obvia; está relacionada con el uso intencionado de productos fitosanitarios en las explotaciones agrícolas y el uso de medicamentos veterinarios en granjas.
Dichos productos pueden quedar en forma de residuos tras su aplicación; por lo que la determinación de los niveles en los que se encuentran es necesaria. Por otro lado, es necesario igualmente analizar las cantidades presentes en los alimentos de otras sustancias que no han sido aplicadas intencionadamente por el hombre, como en el caso anterior. Estas otras sustancias son los contaminantes que están presentes en el medioambiente o en el material en contacto con los alimentos, habiendo llegado allí por diversas vías y cuya presencia implica también riesgo potencial para la salud humana.
El Codex Alimentarius define “contaminante” como cualquier sustancia no adicionada intencionadamente al alimento, que está presente en el mismo como resultado de la producción (incluyendo operaciones llevadas a cabo en agricultura; ganadería o medicina veterinaria), manufactura, procesado, preparación, tratamiento, embalaje, enlatado, transporte o comercio de tal alimento o como resultado de contaminación medioambiental.
En este contexto una de las principales prioridades estratégicas de la Comisión Europea es velar por los más elevados niveles de seguridad alimentaria; y en este sentido se han desarrollado diversas agencias de seguridad alimentaria.
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